lunes, 7 de septiembre de 2009

Eslavófilos

Pues bien, efectivamente, en la entrada sobre rusófilos la ilustración era una foto que Danferesp identificó acertadamente como de Aksakov. Claro, el archivo se llamaba exactamente así y es el retrato que Kramskoy realizó del patriarca de los Aksakov, Sergey Timofeevich. El retrato de aquí al lado es del hijo del anterior, también Aksakov, pero Iván Sergeyevich, y el autor del cuadro es otro de los grandes, Ilia Repin, que ya ha aparecido aquí más de una vez.

La verdad es que el retrato del patriarca de los Aksakov no estaba muy bien colocado en la entrada sobre rusófilos. Ya quedó dicho allí que los rusófilos, entre otras cosas, son de izquierdas, y cualquier Aksakov está lejísimos del marxismo, pero... ya ha aparecido algún comentarista protestando por la adscripción por necesidad a las izquierdas de todo rusófilo que se precie. Y, claro, eso me ha hecho pensar, porque a mí un rusófilo de derechas me sigue pareciendo, no sé, como un sueco hablando vasco. Será un prejuicio, pero los prejuicios son totalmente reales.

En el siglo XIX ruso, como quedó dicho, no hubo guerras civiles, sino que el poder estuvo firmemente en manos del Emperador, con algún sobresalto, como el asesinato de Alejandro II, pero ni mucho menos a base de pronunciamientos y guerras civiles, como en España ¿Quería eso decir que en Rusia todo el mundo estaba de acuerdo? Nada de eso. En Rusia, como antes y como después, había dos principales tendencias: una que miraba hacia el Oeste y otra que escarbaba bajo tierra para encontrar las raíces rusas más auténticas. Los primeros eran los prooccidentales (западники) y los segundos los eslavófilos. Había más tendencias, sí, pero éstas dos eran las más virulentamente enfrentadas (pero sin pegarse).

Los eslavófilos tenían un ideal, la Rusia anterior a Pedro I. Rechazaban las reformas posteriores y consideraban que la perfección estaba en la organización del pueblo ruso (es decir, del campesino ruso, que era el paradigma) en comunidades, donde el genio del pueblo ruso podía desarrollar todo su potencial. Los eslavófilos eran muy religiosos, y muy ortodoxos, rechazando de plano todo lo que viniera de Occidente, ya fuera la Iglesia Latina (que es como muchos ortodoxos, aún hoy, gustan de llamarnos a los católicos) o cualquier denominación protestante. Más adelante, el movimiento evolucionó hacia posiciones paneslavistas en que se hacía un llamamiento a los distintos pueblos eslavos, entonces bajo soberanía austríaca u otomana, a unirse en una gran entidad bajo la hegemonía de Rusia.

Los eslavófilos, por decirlo claro, eran románticos y compartían muchas de las características del romanticismo, incluyendo una visión muy favorable, tirando a idílica, de la Edad Media. Eso sí, unos más que otros. Precisamente el señor del retrato, al que por su trabajo le tocó viajar bastante por distintas regiones rusas, era muchísimo más escéptico que cualquiera de sus compañeros ideólogos de la eslavofilia sobre las virtudes que supuestamente adornaban al campesino ruso. Más de una vez escribió, por ejemplo a su hermano, cartas desesperanzadoras que eran a modo de jarros de agua fría.

Cualquiera que siga un poco las ideas políticas españolas en el siglo XIX habrá identificado a los proocidentales con nuestros afrancesados y a los eslavófilos como nuestros tradicionalistas. La cosa no es tan simple, porque, a pesar de los parecidos, también hay fuertes diferencias entre todos ellos. Poner en paralelo las vidas e ideas de Iván Aksakov y de Menéndez y Pelayo, o de Vladimir Dal y José María de Pereda, o de Iván Kireevsky y Jaime Balmes, o de Yuri Samarin y Juan Vázquez de Mella, nos lleva a parecidos sorprendentes, pero también nos enseña dónde están las diferencias.

Pero de eso ya tocará escribir otro día. De momento, basta con mantener el término de "rusófilos" para los rojetes aficionados a lo ruso, y con proponer el de "eslavófilos" para aquéllos a quienes, desde la derecha, como a Ángel, Rusia les hace tilín. Además, a éstos les dispensaremos de otras cualidades de la definición, con lo que la cosa, al menos en un primer bosquejo muy general, quedaría así:

1.- No hacen falta que detesten a los Estados Unidos, pero mejor será que no les gusten demasiado. Una indiferencia razonable está bien.

2.- No hace falta que sólo les gusten las mujeres rusas. Pueden gustarles las mujeres que prefieran. Bueno, lo normal será que no hablemos mucho de eso, que para eso somos gente de orden.

3.- Ni siquiera hace falta que vivan en España. Pueden vivir en Rusia; donde no van a poder vivir será en la Rusia anterior a Pedro I, porque la máquina del tiempo está por inventarse.

4.- Además les pongo otra condición: tienen que ser monárquicos y religiosos. Yo diría que un republicano no le pega bien a este grupo.

Esto de momento. Ya iremos mejorando la definición de eslavófilo.

2 comentarios:

Ángel dijo...

Pues sí, yo creo que esas cuatro condiciones sí que podría cumplir un rusófilo de derechas, ahora definidos como eslavófilos. Y todo ello además aderezado con enormes dosis de romanticismo trasnochado en torno a la pureza del campesino tradicional ruso y la bondad, belleza y verdad del Cristianismo Ortodoxo.

Alfor dijo...

Ángel, bueeeno, ya ves que vamos mejorando. :) O intentándolo, al menos.